martes, 10 de noviembre de 2009

Violenta Mente


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Abrí los ojos. Mi memoria, como un rollo de fotos velado. Pude así todo, entender que ése había sido el final. Que ya no volverías. Y el dolor crecía. Mujer entre todas las mujeres, que te hiciste verbo entre mis piernas. Erótica pagana fue este sabernos una a la otra como al pan de cada día. Sobre tu piel, caderas donde nunca se pone el sol, construí el mirador. Cada noche tu cuerpo a mi lado, después de todo. Mirada de fresno. Rara avis: un ojo verde y el otro, quién sabe, según la melancolía del día o de tus ganas de mí. Pero volaste hasta otra jaula, diría Prèvért. La máquina de café había quedado encendida. El olor a café quemado era insoportable. Apagué la máquina y abrí el refrigerador: cinco naranjas, además de dos mitades de limón secas y negras, agua, y mucho, mucho hielo, y ya. Era todo. Tomé unos cubos de hielo para el dolor. Intenté un jugo con el exprimidor y busqué la lata con el café, luego de lavar la jarra de la cafetera. ‘¿Y dónde está el café?’ Ésa y otras preguntas fundantes comenzarían a quemarme el cerebro en breve. ¿Era acomodar todo de nuevo, otra vez?, ¿así de simple? Definitivamente. Ácida certeza. La misma que acudió al mirarme al espejo mientras cepillaba mis dientes: el golpe contra el capó del auto había sido contundente. ‘No me dejes’, dije, ‘te lo ruego’. Ni a mi madre la lloré así. No soportabas ya mi llanto de vidrio deshecho en la voz. No me soportabas más dijiste al justificar tu traición. ‘Sos muy dramática. Sos una densa’. Y me arrancaste los cabellos casi, cuando me diste la cabeza contra el capó del auto del vecino. En la calle. Sabés que detesto el escándalo. En la calle con tu mochila, las cajas con libros y tu amiga en su break esperándote. Ni siquiera te importó que te viera. Que viera salir la sangre de mi oído casi como si el tímpano suspirara. Un rollo velado. Ahora harás tu escenario de valkirias entre sus piernas. Olía a café. Era raro no haber escuchado el borbotón del final. Un timbre que suena lejos. Ya no volverías. Ella ahora tiene tu piel de seda negra entre sus manos. Mi cerebro se apelmaza en preguntas. Pero el café está bueno. Después de todo, como no te gustaba, nunca supiste hacer un buen café.


Este relato está incluido en MujeresQueSeAman.com


ese

122003- 122009

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