martes, 10 de noviembre de 2009

Mi 19 de Diciembre

Era el 2001. Trabajábamos juntas, en la misma empresa, en el mismo horario. En el centro, ahí nomás, cerca del Obelisco. Habíamos decidido ir a casa, el calor era agobiante. Un almuerzo liviano y los mimos de la siesta que se transformaron en una jornada de amor y sobre todo, de inusitado desenfreno.

Tu cuerpo era una vaina perfumada que desenvolver y mis manos no daban abasto ante tantas sensaciones. Parecía que nos habíamos decidido a degustar todas las formas de querernos. En nosotras, eso no era poco. Tu carácter reservado y esquivo siempre chocaba contra mis locuras y mis hipérboles. La tarde se fue acomodando en la oscuridad de la noche, en la habitación sólo había humores deflagrantes, aromas a sexo denodado, virtuosidades puestas a prueba y un par de respiraciones acomodadas al compás del después.

Creo que fui yo. O vos. Pero alguna de las dos percibió un temblor. Me asusté. Pensé “¿había sido para tanto?”. Los ruidos comenzaron a sonar más secos y más cercanos, es más, hasta parecía que sonaban en el balcón de al lado.

En realidad, así lo comprobé al día siguiente. O en los minutos siguientes en que, al regreso del país de los espejos, se nos dio por encender el televisor.

No. No era el temblor que pasaba. No eran los tambores del paraíso. Eran los cacerolazos. Dioses del Olimpo. ¡Y me lo había perdido!

Al día siguiente, me vestí más que liviana de ropas claras, me agencié de un pañuelo oscuro y de algodón puro, no llevé mochila ni libro ni más que mis documentos y el dinero indispensable para el día. Finalmente, luego de salir de trabajar al mediodía, y previa discusión con vos, claro, me fui. Jamás estuviste de acuerdo con ‘esas cosas’, debe ser una cuestión de edad, sin dudas. Y a mí nunca me gustó quedarme afuera de la historia. Tampoco me gustaron jamás las manadas políticas, así es que me fui caminando sola -para no quedar detrás de alguna columna- por Av. Corrientes que ya estaba cortada al tránsito. Un buen rato permanecimos con la multitud atascados todos y todas en el Obelisco. Los altavoces iban dando las noticias. Retomé el avance. No dejaban llegar a la Plaza, decía el voz a voz. Y al llegar a Diagonal y Esmeralda, se veía el humo. Allí, en esa esquina pude ver también de qué manera espeluznante agregaban leña al fuego: los muebles de estilo, de fina ebanistería que eran parte de la recepción de una financiera. Vi también venir a la caballería. Y no era la de John Houston. La pata del caballo me rozó mientras me tiraba en la vereda de otra financiera por Esmeralda para evitar los gases lacrimógenos. Mi pañuelo mojado en un bar de Diagonal no alcanzaba.

Claro. Cuando volví a casa tuve que escucharte la retahíla de que si me había ido era porque no pensaba en nosotras. Y te dije que no. La verdad, había pensado en mí. Solamente en mí.


ese 122002

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Todo comentario, aún hasta el más obsceno si es respetuoso, es más que bien recibido!!!